La noche de las ánimas en Aragón
No son pocos los que ven con 
preocupación la cada vez mayor penetración de muchos elementos de la 
fiesta conocida como “Halloween” en nuestra sociedad. Quizá se queden 
más tranquilos cuando sepan el más conocido de esos elementos, las 
calabazas esculpidas con caras siniestras e iluminadas con velas, forma 
parte desde tiempo inmemorial de las tradiciones de varias poblaciones 
aragonesas. Sí, el símbolo de la fiesta estadounidense es parte 
fundamental de algunas celebraciones típicas en Aragón. Y no es más que 
una de las muchas manifestaciones con las que se han enfrentado 
históricamente los aragoneses a la noche de las ánimas. Una jornada que,
 como primera gran diferencia con la expansionista fiesta americana, 
aquí no se ha celebraba en la víspera de Todos los Santos, sino en la 
madrugada del 1 al 2 de noviembre.
La localidad oscense de Radiquero lleva 
años reivindicando la costumbre de vaciar calabazas y esculpirlas con 
caras burlonas que luego son iluminadas con velas en el interior del 
vegetal. Quieren hacer saber a todo el mundo que es una tradición 
mantenida durante la llamada Noche de las Ánimas, con orígenes que se 
pierden en el tiempo. Y para ello no dudan en utilizar el expresivo lema
 “Esto no es Halloween”. Quieren atacar y destruir la extendida creencia
 de que tal acción es una copia de la fiesta norteamericana, adaptada a 
su vez de una tradición irlandesa. Así lo afirma la tradición oral, en 
boca de ancianos que ya sabían de las calabazas con velas por sus 
propios abuelos, desde mucho tiempo antes de que aquí se vieran las 
películas de Hollywood.
Eso sí, como tradición típica que es, 
existe una clara diferencia que responde a la denominación de origen de 
las calabazas. Las que han nacido y crecido habitualmente en los campos 
de Radiquero son las de color verde y morfología alargada. Así que el 
aspecto es diferente. Como lo es también su significado. En los países 
anglosajones se relaciona con un personaje legendario, Jack el Tacaño, 
condenado a vagar con un nabo (luego convertido en calabaza) con un 
carbón encendido dentro (la vela posterior). En Aragón las calabazas 
encendidas no sirven para señalar o caracterizar a un muerto, sino para 
guiar a las almas en su camino hacia la muerte. Por eso en Radiquero 
crean un pasillo de calabazas iluminadas a los dos lados del camino al 
cementerio, para que las almas no se pierdan y así no se queden para 
molestar a los vivos en un mundo que ya no les pertenece. El objetivo, 
dicen los mayores de la localidad, era echar del pueblo a las ánimas y 
tenerlas lejos en una jornada en la que los planos de la vida y de la 
muerte se acercan demasiado.
En Trasmoz, en la comarca de Tarazona y 
bajo la sombra del Moncayo, también se ha mantenido en el tiempo la 
tradición de las calabazas iluminadas. Allí se va en procesión con ellas
 hasta el cementerio, mientras se cantan unos peculiares “Gozos para las
 ánimas benditas”. Los vecinos procuran portar una calabaza con su 
correspondiente vela por difunto, porque se cree que si una de las almas
 se queda esa noche sin luz puede perseguirles de por vida. De hecho, 
existe una historia popular que cuenta como en una de esas procesiones 
una mujer sintió como alguien le seguía y, dándose la vuelta, descubrió 
que era su difunto marido. El hombre echó en cara a su viuda el que no 
le hubiera puesto una vela, condenándole a vagar por la oscuridad de las
 tinieblas.
Las velas siempre han estado presentes en
 las casas durante la noche de los difuntos. Muchos las encienden en 
casa por todas las almas perdidas en la familia. Y se colocan cerca de 
unas ventanas a las que, en muchos lugares, las personas no quieren 
acercarse. El temor responde a la posible presencia en el exterior de la
 casa de almas perdidas, que les pueden arrastrar a su oscuridad. 
Nuevamente el objetivo de una acción propia de la noche de las ánimas no
 es otro que el de alejar a los muertos de los vivos.
Pero no todos se quedaban en casa. Para 
asegurarse de alejar a las ánimas de los vecinos, en poblaciones como la
 zaragozana Moyuela un grupo de jóvenes se quedaban despiertos en la 
torre de la iglesia. Tocaban la campana de forma continua y con un ritmo
 determinado durante toda la noche, convencidos de que el sonido 
ahuyentaba a los espíritus. Para no dormirse se llevaban una gran 
cazuela de migas y se pegaban la noche contando cuentos de miedo, las 
llamadas “retolicas de los muertos”. Una costumbre ésta, la de contarse 
historias autóctonas de miedo, extendida también por numerosos lugares 
en Aragón.
Una de esas historias muy repetidas es la
 que cuenta cómo un joven, queriendo probar su valor ante sus amigos, se
 acercó en la noche de las ánimas a la puerta del cementerio. Sus ropas 
se engancharon entonces a un viejo clavo y fue tanto el temor que sintió
 pensando que algún alma perdida le había capturado que, sin percatarse 
de la realidad, murió de miedo. Se trata de una historia aleccionadora 
dirigida a un claro objetivo: trasladar el mensaje de lo inadecuado que 
es acercarse al camposanto en plena Noche de las Ánimas. Entonces es 
lugar prohibido para los vivos.
Y es que los cementerios, o cualquier 
lugar en el que hayan sido enterrados restos humanos como dólmenes o 
sarcófagos, siempre han sido generadores de leyendas. En la Noche de las
 Ánimas es también posible, dicen las tradiciones populares, ver sobre 
algunas tumbas los fuegos fatuos o, como se conocen en algunas comarcas,
 los fuegos de “los follets” o de duendes. Se cree que estas llamas son 
las manifestaciones de almas malignas o de espíritus que vagan entre el 
cielo y el infierno.
Aunque parece que todas las costumbres 
aragonesas de la Noche de las Ánimas se orientan hacia evitar el 
contacto, la propia celebración de la fecha es símbolo de una necesidad 
que siempre ha existido desde el principio de los tiempos: establecer 
algún tipo de relación con ese otro mundo paralelo. De hecho, existe en 
Aragón una forma muy especial de contactar con las almas. Nuestra 
“ouija” particular es un plato lleno de judías sin cocer. Si se deja en 
una habitación durante la Noche de las Ánimas, el espíritu del difunto 
con el que se quiere contactar separará del plato tantas judías como 
misas necesite para salvarse. Un ejemplo más de cómo Aragón siempre ha 
tenido sus propias costumbres para celebrar esta noche.






