Nueva semana, nueva emoción: la irritación.
Pieza musical: El vuelo del moscardón (Nicolai Rimsky-Korsakov)
¡No me digáis que no es acertada! No hay nada más irritante que un insecto revoloteando cerca de tu oído.
El mundo está lleno de colores, olores, sonidos... y que algunos nos resultan tan molestos que se nos instalan dentro y no podemos dejar en pensar en ellos. Cuando nos irritamos, somos muy conscientes de nuestros sentidos. Por ejemplo, el ladrido de un cachorro puede despertar ternura, pero ¿y si no deja de ladrar en todo el día?
Un hecho puntual puede molestarte, enfadarte... pero pienso que es el hecho de la repetición, la constancia, lo que llega a irritarnos. Seguro que la primera vez que pasa el mosquito por nuestro lado casi ni nos inmutamos. ¿Pero y cuando vuelve, y vuelve, y vuelve, y vuelve...? ¡Arrrggghhh!
Aprovechamos para enlazar con el sentimiento de la irritación con la ira, ya que la semana pasada vimos cómo ésta, en una sociedad civilizada como la nuestra, NO es útil, por lo que había que evitar que tomara el control mientras estuviéramos a tiempo, por ejemplo, al sentir un poquito de irritación.
Hay que llevar cuidado con la irritación, ya que si dejamos que vaya a más, ademäs, puede desencadenar en ira. Porque la irritación parte de una pequeña molestia, que aislada se puede soportar, pero cuando se repite, y se repite, y se repite, y se repite... a veces no podemos más y ¡zas! explotamos.
Sabed que es difícil tratar las emociones de manera aislada y siempre las estamos relacionando. De hecho, el emocionario nos dice también que una irritación muy duradera nos lleva a sentir tensión. Y yo añado: "sentimos tensión cuando controlamos esa irritación y no explotamos primero". Ya hablaremos también de eso en otra sesión, porque acumular tensión no es nada saludable.
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