lunes, 3 de abril de 2017

EL BUEN MAESTRO



Si algo está claro es que en educación hacemos muchas cosas día a día, curso tras curso. Es hora de preguntarse no lo qué hacemos, sino cómo lo hacemos. Hacemos y hacemos sin profundidad, sin apenas sumergirnos en lo que nos atañe. Triunfa la cantidad sobre la calidad, la superficialidad sobre la profundidad, la ausencia sobre la presencia... Por no hablar de nuestras programaciones sobrecargadas que nos conducen irremediablemente a vivir trimestres acelerados. ¡No hay tregua!

Es evidente que no existe mejor manera de no estar en ningún sitio que intentando hacer y estar en todos. En educación correr no es siempre la mejor manera de actuar. Existen ciertas cosas que no podemos ni deberíamos acelerar, que requieren tiempo y que si las aceleramos el precio a pagar es altísimo.

Creo que sería más interesante y mucho mejor hacer menos y disponer del tiempo necesario para sacar el mayor provecho posible a cada experiencia, a cada momento, a cada contenido o cada actividad. Los niños tienen su propio ritmo de aprendizaje y los estamos contagiando con el virus adulto del apresuramiento. Un virus realmente peligroso que les acorta la infancia, los presiona para que imiten las costumbres adultas y los obsesiona con la velocidad.

Educar al estilo "correcaminos" es tan nutritivo como engullir bollería industrial, por eso debemos guisar a fuego lento, permitiéndonos y permitiéndoles disponer de tiempo:
*Tiempo para explorar con profundidad.
*Tiempo para establecer relaciones significativas que nos permitan alcanzar aprendizajes significativos.
*Tiempo para ensanchar la mente.
*Tiempo para estimular la creatividad.
*Tiempo para respetar la singularidad de cada persona.
*Tiempo para iluminar inteligencias y talentos.
*Tiempo para hacer desde el corazón.
*Tiempo para enseñar, por supuesto, pero sobre todo tiempo para educar. Porque en un mundo que en muchas ocasiones deseduca, familia y escuela no pueden permitirse el lujo de no hacerlo.
*Tiempo para soñar juntos lo mejor de cada alumno y de nosotros mismos.
*Tiempo para acabar con uno de los principales motivos por los que fracasa nuestro sistema educativo, que no es otro que querer adelantar la hora de los éxitos.
*Tiempo para pasar de ser centros educativos que buscan singularizarse a conseguir singularizar nuestro sistema educativo.
*Tiempo  para incentivar la iniciativa.
*Tiempo para tener tiempo para enseñar las cosas más importantes de la vida.
*Tiempo para estar despiertos cuando llegue la hora de hacer realidad los sueños.
*Tiempo para las caricias, para los sueños, para confiar.
*Tiempo para preparar bien la asignatura de la que más aprenden los alumnos, nuestro ejemplo.
*Tiempo para dar alas.
*T  i  e  m  p  o.

Guisando a fuego lento aumentamos la riqueza y el sabor de la comida, y lo que la educación precisa es más riqueza y más sabor. No es necesario conocerlo todo, pero sí que es muy necesario profundizar en algunos "algos" trascendentes e importantes para el devenir de la educación.
Para todo hay un momento y un lugar. Todo tiene su tiempo natural. 

Esta es una idea que día a día ronda por mi cabeza y que me ayuda a ser paciente, saber esperar y entender que es más importante escuchar a los alumnos que enseñarles mil lecciones.

Creo que en educación el amor es el principio pedagógico esencial y el amor, no entiende de relojes. El Amor entiende de Ayuda, de Apoyo, de Acompañamiento, de Asombro, de Alegría, de Aceptación, de Ánimo... Y resulta que todas estas palabras que empiezan por la letra A necesitan  tiempo, un tiempo natural que no podemos arrebatar a nuestros alumnos. 
( De http://www.elblogdemanuvelasco.com)